Pamelú

Pamela Gutiérrez Monclus, University of Chile

Para ella era difícil saber cómo vestirse ya que el clima de su casa era cambiante.
Algunos días, al abrir la puerta de su pieza, se daba cuenta que la casa se había encogido. 

Otros días, la casa estaba más grande y las ventanas pequeñas. La temperatura también era cambiante: a veces hacía frío y otras veces hacía calor y hasta alguna vez vio nevar dentro de la casa.

Al respecto, se preguntaba: ¿Cuáles son las causas de las modificaciones de la casa? ¿Por qué cambiaba el clima, el tamaño, los aromas y la forma de la casa?
En busca de una respuesta observó desde una pequeña grieta de la puerta de su habitación diversas variables que, según su intuición, podrían afectar los cambios de la casa.

Al respecto, creo una serie de métodos:
1.- Medir la temperatura con un termómetro de persona… era lo único que tenía.
2.- Calcular la distancia entre la pequeña grieta de la puerta de su habitación y un espejo que quedaba a su alcance, y registrar las variaciones.
3.- Medir el viento con un pelo y según cuánto se moviera calculaba la velocidad.
4.- Respirar muy profundo y detectar aromas de pan tostado, caramelo, carne, basura de la cocina (asqueroso) y muchos más.
5.- Calcular los ruidos y clasificarlos.
6.- Practicar mantener, el mayor tiempo posible, los ojos abiertos sin pestañear, con el fin de observar todo.

Luego de juntar toda la información, hizo una tabla donde iba anotando todo lo que encontró para poder ver cómo estaba su casa antes de salir de la pieza.
Creó un registro tan completo de variables, que pudo calcular con exactitud, cuáles serían las condiciones en que se encontraría su casa.

A su vez, confeccionó un traje de exploración que consistía en una olla de la cocina como casco, botas de vaquero de su padre, jeans pata de elefante, polera de color a rayas y unos que otro artilugio.  Dicho vestuario debía complementarse con un salir de su habitación muy sigiloso, sin dejar huellas… hasta la parte superior de la escalera. (Su pieza estaba en el segundo piso).

Algo muy importante es que los gatos fueron los espías de primera línea a lo largo de su infancia. Imposible no nombrarlos: Lucho, Malo, Coca, Piratita, Rucete, Pru y Cuchuflí, quienes con su intuición exacerbada siempre le anticipaban y le daban una información valiosísima.

Con el tiempo, se dio cuenta que las variaciones climáticas tenían que ver con las emociones de las personas que vivían en la casa. A veces, todos estaban en una misma emoción, contentos tras celebrar el triunfo de Chile en algún evento deportivo, mientras que otros días cada uno tenía las suyas. Por ejemplo: mamá estaba cansada, papá triste y sus hermanos aburridos. Los días soleados se llenaban de risas y anécdotas y había un aire muy agradable.

En los días difíciles se sentía incertidumbre y rabia, el aire se volvía espeso y la casa se apretaba. En estas situaciones Pamelú quería salir rápidamente de la casa a ver a su primo Igor…Cuando necesitaba enfrentar esos días difíciles, se abrazaba fuerte y amablemente a su gato Cuchufli -todos sabemos que es el gato con el ronroneo más fuerte del mundo. Respiraban profundamente y agradecía por las personas y experiencias lindas que la vida le había regalado.

En cuánto fue creciendo, se dio cuenta que su bienestar no dependía mayormente de lo que ocurriera con los demás, sino de ella misma, por ejemplo, cuando respiraba profundo y acallaba su mente.  Estoy casi segura que esto se lo enseñaron sus gatos cada vez que ronroneaban cerca de ella o se ponían sobre su pecho y dormían juntos.

Poco a poco comenzó a notar que ya no era necesario tener los ojos tan abiertos y temer la salida de su habitación. Ya había crecido, vivía en otra casa, y habían cambiado muchas cosas.

Comenzó a caminar reconociendo el suelo en su caminar y descubrió que había una naturaleza abundante y generosa que cada día la sostenía y le regalaba su maravillosa presencia. Así logró, poco a poco, cambiar su mirada tensa y observadora sobre todas las variables existentes, a una más relajada. Lo que le permitió observar cosas que antes no podía observar, tales como: avispas alfareras, diferentes tipos de abejas y abejorros, escuchar colibríes, zorzales, tencas, cangrejos, mantis religiosas y música. 

Así, su vida cotidiana se volvió más rica, más consciente, más a su ritmo, y no desde lo que ocurriera
desde fuera.
Comenzó a confiar, a soltar, a dejar de planificar cada vez que tenía que salir de su pieza, a dejar de
medir, de calcular…
Y así, casi sin darse cuenta, pudo bailar.
Autora: Pamela Gutiérrez Monclus
Apoyo a la edición: Caterine Galaz V. y Enrique Henny